PEREGRINOS DE LA ESPERANZA

La vida misionera es signo de la esperanza, pues creemos en un mundo lleno de Dios, donde la paz y la justicia triunfen, donde se abran las puertas del perdón. Las Obras Misionales Pontificias tendrán la oportunidad de unirse al Jubileo de la vida misionera que se celebrará enoctubre.

El Jubileo es un signo de reconciliación, porque abre un «tiempo favorable» (cfr. 2 Cor 6,2) para la propia conversión. Uno pone a Dios en el centro de la propia existencia, dirigiéndose hacia Él y reconociéndole la primacía

‘Jubileo’ es el nombre de un año particular: parece que deriva del instrumento utilizado para indicar su comienzo; se trata del yobel, el cuerno de carnero, cuyo sonido anuncia el Día de la Expiación (Yom Kippur). Esta fiesta se celebra cada año, pero adquiere un significado particular cuando coincide con el inicio del año jubilar. A este respecto, encontramos una primera idea en la Biblia: debía ser convocado cada 50 años, porque era el año ‘extra’, debía vivirse cada siete semanas de años (cfr. Lv 25,8‑13). Aunque era difícil de realizar, se proponía como la ocasión para restablecer la correcta relación con Dios, con las personas y con la creación, y conllevaba el perdón de las deudas, la restitución de terrenos enajenados y el descanso de la tierra.

Citando al profeta Isaías, el evangelio según san Lucas describe de este mismo modo la misión de Jesús: «El Espíritu del Señor está sobre mí; porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18‑19; cfr. Is 61,1‑2). Estas palabras de Jesús se convirtieron también en acciones de liberación y de conversión en sus encuentros y relaciones cotidianos.

Bonifacio VIII, en 1300, convocó el primer Jubileo, llamado también “Año Santo”, porque es un tiempo en el que se experimenta que la santidad de Dios nos transforma. Con el tiempo, la frecuencia ha ido cambiando: al principio era cada 100 años; en 1343 se redujo a 50 años por Clemente VI y en 1470 a 25 años por Pablo II. También hay momentos ‘extraordinarios’: por ejemplo, en 1933, Pío XI quiso conmemorar el aniversario de la Redención y en 2015 el Papa Francisco convocó el año de la Misericordia. También ha sido diferente el modo de celebrar este año: en el origen coincidía con la visita a las Basílicas romanas de san Pedro y san Pablo, por tanto, con la peregrinación, posteriormente se añadieron otros signos, como el de la Puerta Santa. Al participar del Año Santo se obtiene la indulgencia plenaria.

Entre los antiguos judíos, el jubileo (llamado año del yōbēl, “de la cabra” porque la fiesta se anunciaba con el sonido de un cuerno de cabra) era un año declarado santo. Durante este período, la ley mosaica prescribía que la tierra, de la que Dios era el único propietario, debía volver a su antiguo dueño y los esclavos debían recuperar su libertad. Solía suceder cada 50 años.

En la era cristiana, tras el primer Jubileo en 1300, los plazos para la celebración del Jubileo fueron fijados por Bonifacio VIII cada 100 años. A raíz de una petición de fieles romanos hecha al Papa Clemente VI (1342), el periodo se redujo a 50 años.

En 1389, en recuerdo del número de años de la vida de Cristo, fue Urbano VI quien quiso fijar el ciclo jubilar cada 33 años, y convocó un Jubileo en 1390, que, sin embargo, fue celebrado por Bonifacio IX tras su muerte.

No obstante, en 1400, al final del período de cincuenta años previamente fijado, Bonifacio IX confirió el perdón a los peregrinos que habían acudido a Roma.

Martín V, celebró un nuevo Jubileo en 1425, haciendo que se abriera por primera vez la puerta santa en San Juan de Letrán.

El último en celebrar un Jubileo de 50 años fue el Papa Nicolás V en 1450, ya que Pablo II redu el periodo interjubilar a 25 años, y en 1475 se celebró un nuevo Año Santo por Sixto IV. A partir de entonces, los jubileos ordinarios se celebraron a intervalos regulares. Por desgracia, las guerras napoleónicas impidieron la celebración de los jubileos de 1800 y 1850. Se reanudaron en 1875, tras la anexión de Roma al Reino de Italia, que se celebró sin la solemnidad tradicional.

INDULGENCIA PLENARIA

La indulgencia es una manifestación concreta de la misericordia de Dios, que supera los límites de la justicia humana y los transforma. Este tesoro de gracia se hizo historia en Jesús y en los santos: viendo estos ejemplos, y viviendo en comunión con ellos, la esperanza del perdón y del propio camino de santidad se fortalece y se convierte en una certeza. La indulgencia permite liberar el propio corazón del peso del pecado, para poder ofrecer con plena libertad la reparación debida.

Concretamente, esta experiencia de misericordia pasa a través de algunas acciones espirituales que son indicadas por el Papa. Aquellos que, por enfermedad u otra causa, no puedan realizar la peregrinación están invitados, de todos modos, a tomar parte del movimiento espiritual que acompaña a este Año, ofreciendo su sufrimiento y su vida cotidiana y participando en la celebración eucarística.

La Puerta Santa de San Pedro

La Puerta Santa de San Pedro se abre a manos del Papa sólo con ocasión del Jubileo. Suele ser la primera puerta que se abre y que identifica el inicio del Año Santo. El primer registro de este rito en la Basílica de San Pedro, se remonta al 1.500 por el Papa Alejandro VI. Actualmente, el muro que sella la puerta se desmonta en los días previos a su apertura. En este momento, se libera una caja que permanece tapiada desde el Año Santo precedente. En esta caja se encuentra la llave que permite abrir la puerta. El Papa empuja las puertas de forma simbólica. También por razones de seguridad se ha abandonado durante el rito, el uso del martillo con el que se golpeaba el diafragma de ladrillo que la cerraba.

La puerta permanece abierta en todo momento para el paso de los peregrinos. Con este gesto, no sólo se posibilita vivir plenamente la indulgencia ligada al Año Santo, sino también significar que el propio camino de conversión viene por el encuentro con Cristo, la «puerta» que nos une al Padre.

En 1949 se convocó un concurso para la realización de la Puerta para el Jubileo que habría de celebrarse al año siguiente. Este concurso lo ganó el escultor Vico Consorti, que llevó a cabo su realización en 11 meses, a tiempo para su inauguración en la Nochebuena de 1949.

Templos para Peregrinación

Se designaron 16 templos, a lo largo de nuestro pais para recibir de manera plena la indulgencia plenaria, a modo de peregrinación y recorrido durante este año jubilar

Ayabaca, es una pintoresca ciudad, ubicada en las serranías piuranas a 2,815 m.s.n.m., y dentro de su bello paisaje andino, de clima saludable, también se respira en el ambiente una gran devoción religiosa, por su santo patrono el Señor Cautivo, por quien su festividad, atrae gran cantidad de fieles, quienes llegan en peregrinación, de diferentes zonas norteñas del Perú e incluso desde el vecino país del Ecuador.

Según la historia, el año 1751, el sacerdote español, García Guerrero quiso dar a su pueblo una imagen del Señor; para lo cual se decidió utilizar un tronco, del que había brotado sangre luego que un labrador le diera un hachazo. Era de un árbol de cedro, encontrado en el cerro Zahumerio de Jililí.

Tres hombres vestidos con impecables ponchos blancos de lana llegaron al pueblo de Ayabaca. Trotaban sobre tres briosos caballos albinos. Eran artistas talladores. Y se comprometieron a esculpir la imagen del Señor Cautivo a condición de que el pueblo guardara absoluta reserva sobre su presencia. Nadie, además, debía interrumpirlos durante sus labores y los alimentos les serían servidos solamente al amanecer. Ningún poblador debía verlos trabajar.

Pasó el tiempo y la curiosidad de los ayabaquinos pudo más que su paciencia. Querían ver los avances de trabajo de los tres misteriosos caballeros. Los pobladores se acercaron a la casa, llamaron insistentemente y, al no obtener respuesta, creyeron que se habían burlado de ellos. Entonces forzaron la puerta. En el interior no había persona alguna y la comida estaba intacta. Pero ante ellos se alzaba, imponente y majestuosa, la escultura de un Nazareno con las manos cruzadas. Sólo entonces se dieron cuenta de que los autores eran ángeles vestidos de chalanes que al concluir la escultura alzaron vuelo y se perdieron. La historia creció, al igual que la fe y devoción, más aun si consideraban todo ello, una «obra de ángeles»; como la llamaron.

El año de 1904, el Rvdo. P. Tomás Eliseo Velásquez, inauguró el templo, el que fue refaccionado en 1974. Cuando se reconstruyó la fachada, se agregaron dos escalinatas para facilitar la veneración de la imagen.

En el día central de la festividad (13 de Octubre), se lleva en procesión por las calles del pueblo, la bella imagen de un metro ochenta de estatura. Las calles de dicho recorrido, son previamente alfombradas con flores.

El Cautivo representa el momento en que, tras ser apresado en Getsemaní, Cristo fue abandonado por sus discípulos (ver Mt 14, 50). Jesús, de pie, maniatado, refleja en su rostro una profunda desolación. Viste túnica morada con áureos bordados. Sus poderosas manos están atadas con dorado cíngulo. Sobre su cabeza esta una corona de espinas de oro, en la que resplandecen tres potencias del mismo metal.

En los meses de Septiembre a Octubre quien ha viajado por la carretera Panamericana Norte, habrá visto pegados a la pista colas interminables de fieles, vestidos de morado, jóvenes y mayores, hombres, mujeres, y mujeres con niños en brazos; son los peregrinos que se encaminan con destino a Paita a venerar a la Virgen de las Mercedes «La Mechita», y luego encaminarse a la serranía piurana, concretamente a la provincia de Ayabaca.

Grandes son las colas que serpentean por el trayecto hacia la tierra del Cautivo, muchos de ellos llevan una Cruz a cuestas, otros con sus mochilas y en ella lo indispensable. Con ellos traen instrumentos musicales y en el camino vienen ejecutándolos, cantando para atenuar el trajín de la caminata. Estos grupos de peregrinos son las llamadas Hermandades. Las autoridades colaboran con la Fe de los peregrinos, socorriéndolos todo el trayecto. Se sabe de personas con delitos leves purgando cárcel y que obtienen permiso para retirarse de la penitenciaría y cumplir con su promesa de «peregrinar» hacia el Divino Cautivo. Cumplida tal promesa regresan a su prisión.

El 13 de Octubre de cada año se celebra en Ayabaca la festividad en honor al Milagroso Señor Cautivo de dicha provincia de la serranía Piurana. Los fieles tienen una gran devoción por los milagros que reciben de Él.

Conocida y reconocida como ‘La Capital de la Fe’ por el escritor Fidel Horna Cortijo en los años 80, Otuzco es el escenario de una fervorosa manifestación católica que desde un principio estuvo ligada a la advocación de la Inmaculada Concepción.

La historia expresa que el origen de la veneración por la Virgen de la Puerta nace en 1674, siglo XVII, junto a la aparición de una flota pirata a la altura de Huanchaco.

En Trujillo, los habitantes estaban atemorizados por la aproximación de los piratas que ya habían dañado el puerto de Guayaquil en Ecuador, y como recurso extremo tuvieron la idea de colocar en la puerta de entrada a la ciudad de Otuzco una imagen de Nuestra Señora de la Concepción.

Tres días y tres noches, los pobladores estuvieron orando por el milagro que finalmente llegó con la insospechada retirada y alejamiento de los protestantes neerlandeses, y la salvación de la ciudad de Trujillo, y los pueblos de Huanchaco y Otuzco.

Con un metro de altura, la santa imagen que fue coronada por el papa Francisco, y declarada como Madre de la Misericordia y Esperanza en 2018, y en 1942 por el papa Pio XII como “Reina de la Paz Universal”, permaneció inquebrantable durante ese episodio de incursión pirata, y dio inicio a más de 300 años de fe.

Las celebraciones en honor a la Virgen de la Puerta en Otuzco se extienden durante las 2 primeras semanas de diciembre, y una antes de recibir la Navidad.

Del 4 al 17 del último mes del año se llevan a cabo actividades religiosas en relación a la Patrona del Norte del Perú, pero el día 15 es el de mayor relevancia por haber sido la fecha que instauró en junio de hace 358 años, el obispo de Trujillo, Monseñor Juan de la Calle y Heredia, mediante una orden episcopal.

Tras el edicto de Milán del año 313, gracias al cual se concedió a los cristianos la libertad de culto, el emperador Constantino decidió donar dos basílicas a la nueva Iglesia naciente, erigidas sobre las tumbas de Pedro y Pablo.

Sin embargo, más tarde, en el siglo V, dada la continua afluencia de peregrinos a la tumba y las dimensiones limitadas del edificio original de la basílica de San Pablo, los tres emperadores que gobernaban entonces, Teodosio, Valentiniano II y Arcadio, se vieron obligados a construir un edificio más grande, invirtiendo su orientación hacia el oeste.

Finalmente, en 1854 fue inaugurada por el Papa Pío IX la actual y monumental basílica que sigue conservando hasta hoy en su interior la que según la tradición fue la cadena que unía al apóstol Pablo al soldado romano mientras estaba preso en espera de juicio.

La Basílica Papal de Santa María la Mayor es el santuario mariano más importante y antiguo de Occidente, y es la única entre las Basílicas Papales que ha mantenido intacto su aspecto paleocristiano. Aunque la enriquecieron con añadidos sucesivos, todos los mecenas respetaron el plano original que, por tradición, era considerado fruto de un diseño divino. Según la historia de la fundación, la Virgen María se apareció en sueños al patricio Juan y al Papa Liberio exhortándoles a construir una iglesia dedicada a Ella en el lugar exacto donde hiciera caer la nieve. En la mañana del 5 de agosto del año 358, vieron el perímetro dibujado por la nieve en el monte Esquilino, la más alta de las colinas romanas. La milagrosa nevada se conmemora todavía hoy con pétalos blancos que se dejan caer desde el techo de la Basílica durante la liturgia. La tradición ennoblece a Santa María la Mayor como reliquia mariana, querida y diseñada por la propia Madre de Dios.

La Basílica custodia el icono mariano más importante, la Salus Populi Romani. La tradición atribuye la imagen a San Lucas, evangelista y patrón de los pintores. El Papa Francisco pone sus viajes apostólicos bajo la protección de la Salus, a la que suele visitar antes de su partida y después de su regreso.

La reliquia de la Santa Cuna, el pesebre donde fue recostado el Niño Jesús, recuerda la importancia de Santa María la Mayor como el Belén de Occidente. Aquí, por primera vez, se celebró la Misa de Nochebuena y durante siglos los Pontífices acudieron a la Basílica manteniendo esta costumbre.

Entre las reliquias más importantes, la Basílica custodia los restos de San Matías y de San Jerónimo.

El Papa Adriano II acogió en Santa María la Mayor en el año 867 a los santos Cirilo y Metodio y aprobó el uso del paleoeslavo en la liturgia.

En la Basílica de Santa María la Mayor están enterrados siete Pontífices.

La Basílica Papal de Santa María la Mayor es el santuario mariano más importante y antiguo de Occidente, y es la única entre las Basílicas Papales que ha mantenido intacto su aspecto paleocristiano. Aunque la enriquecieron con añadidos sucesivos, todos los mecenas respetaron el plano original que, por tradición, era considerado fruto de un diseño divino. Según la historia de la fundación, la Virgen María se apareció en sueños al patricio Juan y al Papa Liberio exhortándoles a construir una iglesia dedicada a Ella en el lugar exacto donde hiciera caer la nieve. En la mañana del 5 de agosto del año 358, vieron el perímetro dibujado por la nieve en el monte Esquilino, la más alta de las colinas romanas. La milagrosa nevada se conmemora todavía hoy con pétalos blancos que se dejan caer desde el techo de la Basílica durante la liturgia. La tradición ennoblece a Santa María la Mayor como reliquia mariana, querida y diseñada por la propia Madre de Dios.

La Basílica custodia el icono mariano más importante, la Salus Populi Romani. La tradición atribuye la imagen a San Lucas, evangelista y patrón de los pintores. El Papa Francisco pone sus viajes apostólicos bajo la protección de la Salus, a la que suele visitar antes de su partida y después de su regreso.

La reliquia de la Santa Cuna, el pesebre donde fue recostado el Niño Jesús, recuerda la importancia de Santa María la Mayor como el Belén de Occidente. Aquí, por primera vez, se celebró la Misa de Nochebuena y durante siglos los Pontífices acudieron a la Basílica manteniendo esta costumbre.

Entre las reliquias más importantes, la Basílica custodia los restos de San Matías y de San Jerónimo.

El Papa Adriano II acogió en Santa María la Mayor en el año 867 a los santos Cirilo y Metodio y aprobó el uso del paleoeslavo en la liturgia.

En la Basílica de Santa María la Mayor están enterrados siete Pontífices.

Basílicas Papales

Las cuatro basílicas papales de Roma son San Pedro en el Vaticano, San Juan de Letrán, Santa María la Mayor y San Pablo Extramuros. Son las Basílicas o Iglesias «Mayores» con Puertas Santas, que el Papa abre durante el año jubilar.

La tradición cuenta que la tumba en la que fue enterrado el Apóstol Pedro, después de ser crucificado, estaba justo aquí, en el punto más alto de la colina vaticana, donde en el siglo IV el emperador Constantino decidió construir su basílica, la primera dedicada a la memoria del santo.

Durante la Alta Edad Media este lugar de culto se convirtió en el principal lugar de peregrinación de Occidente, hasta que en 1506 el Papa Julio II decidió demolerlo para dar paso a un templo más grande y rico.

Los más grandes maestros de la historia se alternaron en el diseño de esta imponente basílica: Donato Bramante, Rafael o Miguel Ángel hasta que en 1629 Bernini terminó la decoración interior de toda la iglesia dándole su aspecto actual.

La Puerta fue un regalo al Papa Pío XII de parte de Franz Von Streng, obispo de Lugano y Basilea, y de su comunidad, como agradecimiento al Señor por haber librado a Suiza de la guerra. El tema que el escultor siguió para la realización de los paneles que después conformarían la puerta fue dictado por las palabras del Papa: “Concede, oh, Señor, que este Año Santo sea el año del gran retorno y del gran perdón”.

El ciclo escultórico, de hecho, narra la historia de la humanidad en dieciséis paneles desde El Pecado y la Expulsión del Paraíso Terrenal, hasta las apariciones de Cristo resucitado a Tomás y a todos los Apóstoles reunidos, y la imagen de Cristo como puerta de salvación en el último panel.

La Archibasílica del Santísimo Salvador y de los santos Juan Bautista y Evangelista, comúnmente conocida como San Juan de Letrán, se alza cerca de la colina del Celio.

Originalmente, antes de la construcción de la basílica, esta zona era propiedad de la antigua familia de los Lateranos, que tenían su residencia en las inmediaciones. Los Anales de Tácito del año 65 hablan de una confiscación por parte de Nerón, debido a la implicación de algunos miembros de la familia en una conspiración contra el propio emperador.

Más tarde, los terrenos pasaron a ser propiedad de una tal Fausta, conocida por ser la mujer de Flavio Valerio Constantino, que fue proclamado emperador cuando murió su padre en el año 306.

El emperador Constantino dio libertad de culto a los cristianos con el edicto de Milán del año 313 y, preocupado por ofrecer a la Iglesia naciente un lugar adecuado para sus celebraciones, cedió al Papa Melquíades los terrenos lateranos que su mujer le había dado como dote para construir allí una iglesia.

La Basílica, consagrada en el año 324 por el Papa Silvestre I, fue dedicada al Santísimo Salvador. En el siglo IX Sergio III la dedicó también a san Juan Bautista y en el siglo XII Lucio II añadió a san Juan Evangelista.

Desde el siglo IV hasta el XIV, cuando el Papa se trasladó a Aviñón, Letrán fue la sede principal del papado, convirtiéndose en símbolo y corazón de la vida de la Iglesia.

En 1378, con la elección de Gregorio XI, la sede del Pontífice regresó a Roma, pero como Letrán estaba en pésimas condiciones, se decidió trasladar el poder al Vaticano.

No fue hasta 1650, por encargo del Papa Inocencio X, cuando se decidió la total remodelación de la Basílica gracias a la obra de Francesco Borromini.

Tras el edicto de Milán del año 313, gracias al cual se concedió a los cristianos la libertad de culto, el emperador Constantino decidió donar dos basílicas a la nueva Iglesia naciente, erigidas sobre las tumbas de Pedro y Pablo.

Sin embargo, más tarde, en el siglo V, dada la continua afluencia de peregrinos a la tumba y las dimensiones limitadas del edificio original de la basílica de San Pablo, los tres emperadores que gobernaban entonces, Teodosio, Valentiniano II y Arcadio, se vieron obligados a construir un edificio más grande, invirtiendo su orientación hacia el oeste.

Finalmente, en 1854 fue inaugurada por el Papa Pío IX la actual y monumental basílica que sigue conservando hasta hoy en su interior la que según la tradición fue la cadena que unía al apóstol Pablo al soldado romano mientras estaba preso en espera de juicio.

La Basílica Papal de Santa María la Mayor es el santuario mariano más importante y antiguo de Occidente, y es la única entre las Basílicas Papales que ha mantenido intacto su aspecto paleocristiano. Aunque la enriquecieron con añadidos sucesivos, todos los mecenas respetaron el plano original que, por tradición, era considerado fruto de un diseño divino. Según la historia de la fundación, la Virgen María se apareció en sueños al patricio Juan y al Papa Liberio exhortándoles a construir una iglesia dedicada a Ella en el lugar exacto donde hiciera caer la nieve. En la mañana del 5 de agosto del año 358, vieron el perímetro dibujado por la nieve en el monte Esquilino, la más alta de las colinas romanas. La milagrosa nevada se conmemora todavía hoy con pétalos blancos que se dejan caer desde el techo de la Basílica durante la liturgia. La tradición ennoblece a Santa María la Mayor como reliquia mariana, querida y diseñada por la propia Madre de Dios.

La Basílica custodia el icono mariano más importante, la Salus Populi Romani. La tradición atribuye la imagen a San Lucas, evangelista y patrón de los pintores. El Papa Francisco pone sus viajes apostólicos bajo la protección de la Salus, a la que suele visitar antes de su partida y después de su regreso.

La reliquia de la Santa Cuna, el pesebre donde fue recostado el Niño Jesús, recuerda la importancia de Santa María la Mayor como el Belén de Occidente. Aquí, por primera vez, se celebró la Misa de Nochebuena y durante siglos los Pontífices acudieron a la Basílica manteniendo esta costumbre.

Entre las reliquias más importantes, la Basílica custodia los restos de San Matías y de San Jerónimo.

El Papa Adriano II acogió en Santa María la Mayor en el año 867 a los santos Cirilo y Metodio y aprobó el uso del paleoeslavo en la liturgia.

En la Basílica de Santa María la Mayor están enterrados siete Pontífices.

ACTIVIDADES

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